sábado, 25 de junio de 2011

Se nos mueren.

Jóvenes de botellón, junto a jóvenes sanjuaneros.
   Queridos Cantores, normalmente, en fiestas, sobre todo en las de San Juan y San Pedro, suelo hacerme un solemne juramento: Olvidar la política, y dedicarme en cuerpo y alma a la fiesta. Pero esta saludable práctica, en este prostíbulo de arrabal en que estamos convirtiendo a nuestro pueblo, es absolutamente imposible llevarla a buen puerto. Ayer, cuando me dirigía al Camping El Ruedo, a almorzar, tal y como os dije, con mi Amigo Yumbito, y vi más de cien coches y otras tantas lumbres en el mismísimo Paseo, en el de pasear, en el que los pancarteros nos iban a ajardinar y mimar, no pude por menos que coger un monumental cabreo. “Tiene huevos -me dije-, que no le dejen a una moceta adornar con flores el quiosco para casarse en él, y consientan esto”. Pero como era San Juan, no quise ni hacer una foto. Después de almorzar, llego al Paseo, y veo lo que ayer os dije: El espacio de dar las vueltas, totalmente desierto. “Tranquilo, usebín -volví a decirme-, que es San Juan; pasa y dedícate a sacar cuatro fotos”. Al ver que no había casi nadie dando las Vueltas, me dirigí a la pasarela, a ver si los jóvenes estaban disfrutando en el río Najerilla, y contemplé, perplejo, a más de cuatrocientos jóvenes de botellón, camuflados entre los sanjuaneros. “Madre mía, la que se puede liar aquí” -espeté, desde mis adentros.- Finalmente, hice unas cuantas fotos más, y me vine a casa a dejar la cámara, para dedicarme a bailar y disfrutar. Me uno a la fiesta en el Puente de Piedra, entro en la calle Mayor, y veo lo que también os dije ayer: a un montón de energúmenos, tirándose contra los Músicos; clavando los codos; asiéndose a las verjas de los escaparates para no dejar pasar a nadie, y buscando bronca, descaradamente. Me salgo, doy un rodeo por las callejas, y vuelvo a unirme a la juerga donde estuvo hace años Ibercaja. Pues bien, un poco antes de entrar en la Plaza de España, un año más, van y me vuelven a romper una costilla. “Bien te está, por viejo”, debieron pensar. “¡No te metas!”  “Bueno, usebín –me dije-, haz de tripas corazón, y como no duele en caliente, termina bien el día”. Con mi santa paciencia, me propuse dar las tres Vueltas de la Plaza, y, para completar el cuadro, va y se cae el nido que las  cigüeñas tenían encima del campanario (a poco mata a dos personas), y, por alguna extraña razón, no oíamos la música. ¡Como para suicidarte en defensa propia! A las cinco de la tarde, finalizadas las Vueltas, me dirigí a la zona, a ver si se arreglaba algo el día. Pero no fue así. Y no lo fue, porque tenía muy presente la certeza de que se nos mueren estas benditas fiestas.