lunes, 12 de septiembre de 2011

Pregón de un eximio najerino.

Cuevas conocidas como "El Fuerte".
 

Muy Ilustre Ayuntamiento de Nájera: Señora Alcalde Presidente, Señoras y Señores Concejales.
Señora Senadora.
Reina y Rey de la Fiestas de Nájera; Reinas y reyes de las fiestas de las localidades vecinas.
QUERIDOS AMIGOS:

Hace más de 40 años que comencé mi tarea de divulgador de la historia de nuestra Ciudad, publicando en los programas de las fiestas patronales. Nunca pensé entonces que hoy lo haría como Pregonero en la plaza mayor de Nájera.
Quedan atrás mis colaboraciones con las primeras juntas directivas de los Amigos de la Historia Najerillense—las que abrieron al público las Cuevas, las que crearon el Museo— y también con la revista Malpica, allá en los añorados años mil novecientos setenta y tantos.
Queda atrás mi colaboración con la Semana de Estudios Medievales y con la revista Piedra de Rayo, años más tarde.
Hoy sigo divulgando la historia de nuestra Ciudad en Internet: en vallenajerilla.com y en los últimos meses, acogido a la generosa hospitalidad de un par de magníficos blogueros najerinos.
No soy de Nájera, no he pasado nunca en Nájera largas temporadas; tampoco soy historiador, pero tengo en Nájera muy queridos amigos que me han hecho ocuparme del pasado de esta muy vieja y noble Ciudad, encargo que por su amistad siempre he aceptado gustoso.
Son ellos los que hoy deberían estar aquí y no yo.
Ellos y no yo son los merecedores de que públicamente se les reconozca su eficaz trabajo en favor de nuestra Ciudad.
Yo sólo he sido su voz y su pluma. Y una vez más, precisamente en esta ocasión, mi intención es volver a serlo.
Hechas estas necesarias salvedades, vamos con el pregón.

En las fiestas mayores de una ciudad, la verdadera reina de las fiestas, la auténtica protagonista de las fiestas, es la Ciudad —Nájera, en nuestro caso—, y lo es como privilegiado ámbito de convivencia civilizada, como madre y maestra en aquello que hace a sus habitantes más humanos: el fomento de la cultura y las buenas maneras, la urbanidad, el civismo; en definitiva, la ciudadanía.
Obligación esencial del pregonero de las fiestas mayores es ayudar a reflexionar a sus conciudadanos, aunque sólo sea durante unos pocos minutos, sobre lo que a todos nosotros nos ha dado y nos sigue dando nuestra muy querida ciudad de Nájera, y, en segundo lugar, lo que, en justa reciprocidad, nosotros debemos hacer por ella.
De todo lo que los najerinos le debemos a nuestra ciudad de Nájera, me voy a fijar en lo que mejor conozco y en lo que creo que es lo más importante.
 Lo más importante que le debemos los najerinos a Nájera es, precisamente, lo que nos hace ser najerinos.
Y lo que nos hace ser najerinos es nuestra exclusiva historia común. Por una parte, la memoria de lo que en común hemos vivido en Nájera, no solamente nosotros, sino también las generaciones que nos han precedido.  Por otra, la razonable previsión de lo que en común vamos a seguir viviendo y vivirán en el futuro las generaciones que inevitablemente nos van a seguir.
Y ser najerino no es ser de cualquier parte.
Tenemos los najerinos una historia común grande y fecunda que muchos nos envidiarían, pero que nosotros no hemos hecho mucho por conocerla.
Me vais a permitir que a paso apresurado revise algunas de sus zonas peor conocidas.

4.      La Nájera prehistórica.
Empecemos por el nombre de la ciudad.
 “Nájera” sigue siendo un topónimo prerromano de etimología desconocida. Anterior a la aparición de los vascos al sur de los Pirineos y muy anterior a la presencia árabe en estas tierras.
 Nada extraño si se recuerda que en los cerros cercanos a la ciudad hay evidencias arqueológicas de una presencia humana existente ya en el Paleolítico, hace casi un millón de años.
Esa presencia humana se ve acrecentada con la llegada a esos mismos cerros de la Revolución Neolítica, hace unos 30 siglos.
Es el Neolítico el que puso las bases de la cultura y de la civilización de las que hoy disfrutamos.
Es en el marco de la cultura neolítica de la vieja Europa mediterránea donde nacieron nuestras muy queridas Vueltas sanjuaneras, fiesta muy antigua y radicalmente popular, fiesta pagana, civil y colectiva.

5.      La Nájera de la Edad Antigua.
 De la Nájera romana nos podrían hablar largo y tendido Pasomalo y las numerosas villas romanas a medio camino entre Tricio y Nájera.
Del muy difícil paso de la Edad Antigua a la Alta Edad Media, mucho podría contarnos ese esplendido y misterioso conjunto de cuevas que se extiende desde el comienzo de Pasomalo al final de Peñaescalera.

Si no les apetece andar subiendo y bajando cerros, pudieran ser estas fiestas una buena ocasión para darse una vuelta por el Museo de Nájera, muy valioso, muy bien dirigido, pero muy poco visitado, y comprobar que es verdad lo que estoy diciendo.

7.      La Nájera navarra.
En la Nájera, capital a la vez que Pamplona del reino de Navarra durante siglo y medio—desde 923 a 1076—, no me voy a detener, porque su historia, si no bien conocida, es al menos muy frecuentemente recordada.

8.      La Nájera castellana.
Mucho más desconocida y mucho peor valorada es la Nájera medieval castellana posterior a junio de 1076.
Pero debió ser esplendida a juzgar por:
-el influyente Fuero de Nájera otorgado, tal y como hoy lo conocemos, por Alfonso VI.
-por leyendas tan sugestivas como la del combate entre Roldán y el gigante Ferragut,
-por una obra literaria tan interesante como la Crónica Najerense,
-por joyas artísticas tan preciosas como el sepulcro de doña Blanca de Navarra o la imagen de Santa María La Real,
- por personajes tan importantes como san Juan de Ortega—a quien le debemos, no lo olvidemos, la reconstrucción del antiguo humilladero—,
-o najerinos de la talla del rey Alfonso VIII, que seguramente nació en nuestro Alcázar,
-o de su lugarteniente don Diego López de Haro, el héroe de Las Navas.
Sin olvidar que por aquí anduvo, recordando a su abuelo, muerto en la batalla de Nájera y enterrado en Santa María, ni más ni menos que el propio Marqués de Santillana.
Es cierto que, un 1 de mayo de 1218, Nájera celebró el haber quedado enteramente libre del dominio tiránico de los Lara y el poder volver  al dominio legítimo de los Lope de Haro y a la obediencia del rey Fernando III de Castilla. Celebración que se sigue repitiendo año tras año.

La Nájera medieval tuvo una muy antigua e importante judería cuya historia nos es casi desconocida. Las laderas de Malpica y las callejuelas del Arrabal de la Estrella siguen guardando celosamente sus secretos. El exilio judío extendió por medio mundo el apellido “Nájera”.

De la transición del Gótico al Renacimiento nos quedan el maravilloso conjunto de la iglesia del monasterio, su claustro y su coro.
Voy a detenerme un momento en ese maravilloso y destrozado coro, único en España. No es obra de judíos conversos como quiere la leyenda. Sus autores vinieron de Flandes y del mundo alemán. Es hermano del magnífico Cristo flamenco que corona el altar mayor de Santa María y de la maravillosa talla  de la Asunción que perteneció al antiguo altar mayor del monasterio y que hoy está en el baptisterio de La Redonda, en Logroño.

Del siglo XVI habría mucho que hablar.
 No podemos olvidar la figura de don Pedro Manrique de Lara y Sandoval, el Duque de Nájera, ni peor ni mejor que los demás nobles de su tiempo.
Con él convivió aquí, no muy bien, por cierto, su mujer, doña Guiomar de Castro y de Acuña, amante antes del rey Enrique IV.
 Mujer bella, liberada, culta y emprendedora, protectora de los buenos poetas y a quien posiblemente le debamos la adquisición de dos obras maestras del pintor Ambrosius Benson, el tríptico conservado en Navarrete y el robado a comienzos del pasado siglo en la Parroquia de la Santa Cruz y recientemente subastado en Londres.
Con los duques se forma aquí el joven san Ignacio de Loyola.
Pero hay más:
El abad de Nájera, amigo y consejero de Carlos V, Fernando Marín Martínez, nacido en Huércanos, sobrino y sucesor de fray Pablo Martínez de Uruñuela, primer abad independiente de Nájera, informa, por ejemplo, detalladamente al Emperador de los hechos de los que ha sido testigo en la batalla de Pavía, el 24 de febrero de 1525, en la que han probado su valor y su genio militar el riojano por nacimiento, Antonio de Leyva, y el riojano por origen, Francisco Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, esposo de Vittoria Colonna, la íntima amiga de Miguel Ángel Buonarotti.
 De todo ello nos queda como recuerdo, en Logroño, el llamado “Miguel Ángel” de la Redonda.
En Nájera, nos queda en el monasterio, el espléndido escudo imperial policromado, en la puerta de acceso al claustro desde la entrada del monasterio.
Por la Nájera del siglo XVI, aún niños cogidos de la mano de sus madres, pasean los ilustres soldados Sancho de Londoño, señor de Hormilla, redactor de las primeras Ordenanzas Militares del Ejército Español, y Alonso de Ercilla, el autor de La Araucana.
Por el cronista de Indias, Bernal Díaz del Castillo, sabemos que varios esforzados najerinos acompañaron a Cortés en su épica conquista de Méjico.

El siglo XVII comienza con la presencia de Nájera en las primeras páginas de la primera parte del Quijote, gracias al Caballero del Febo,  uno de los libros de caballerías más importantes del género que se imprimió por primera vez en el taller que Esteban de Nájera tenía en Zaragoza en 1555. Lo poco que se sabe de él se puede leer en la portada de esta primera edición: que era natural de Nájera y que, posiblemente, estaba vinculado a Martín Cortés, marqués del Valle de Oaxaca e hijo de Hernán Cortés, al que dedica su obra.
No olvidemos que Martín Cortés—y su padre— estaban familiarmente muy relacionados con el cercano pueblo de Nalda; ambos se habían casado con dos mujeres nobles allí nacidas y emparentadas entre sí.
Al siglo XVII pertenecen edificios religiosos tan interesantes como el convento de las clarisas, el conjunto de Madre de Dios o la parroquia de la Santa Cruz;  y los edificios civiles más nobles de Nájera, como el palacio de los Cantabrana, por ejemplo.
Magnífico puente entre el siglo XVII y el siglo XVIII es la persona y la obra del genial escritor y humanista, Esteban Manuel de Villegas, cuya casa familiar aun conservamos en un muy noble rincón najerino: El Arco de la Estrella.
No quiero desaprovechar la ocasión para que en el corazón de su querida ciudad se vuelvan a oír sus versos.
 Hay un poema latino escrito por uno de los genios de la poesía erótica universal, el gran Catulo, que Villegas tradujo de forma más que acertada.
Aconseja el poema que mujeres y varones hagamos eterno el siempre breve tiempo de nuestra muy corta vida, perdiéndolo en la gozosa ocupación de querernos con locura; pero, ¡ojo! sin que se enteren los demás, porque entonces nos aguaría la fiesta la inevitable amarilla envidia de la felicidad ajena, la “envidia al polvo ajeno” según la gráfica expresión utilizada en esta muy castellana tierra.

Dice así la traducción de Villegas:

¡Ea! mi dulce Lesbia,
Vivamos, pues y amemos,
Y no se nos dé un cuarto
De los padres [de los viejos] severos,
Que los soles [los días], si mueren,
Vuelven como antes bellos;
Pero nosotros, todos,
Cesamos en muriendo.
Por eso, dulce amiga,
Dame, dame mil besos,
Y luego, ciento y mil,
Y luego, mil y ciento.
Otros ciento, otros mil,
Me das luego tras estos;
Y así los revolvamos,
Y el número turbemos,
Aun  porque tú ni yo
Sepamos cuántos fueron,
Ni el malo nos envidie
Contando tantos besos.

Quiero terminar este recorrido histórico recordando que el siglo XVIII es, en Nájera,  el siglo de ese verdadero regalo de los dioses que es El Paseo, ilustre ejemplo del urbanismo de la Ilustración, de importancia histórica y artística comparable  a la de Santa María La Real.
El Paseo, dejado a su aire, se extiende desde el Campo de San Francisco al Molino de San Julián.
No debería ser considerado una mera zona ajardinada urbana; debería ser respetado como el bellísimo parque natural que es.
El Paseo no se entiende si no es paseo—paseo para peatones, no carretera para automóviles—que atraviesa las necesarias frondosas choperas de siempre en la orilla derecha del Najerilla, y que tiene el grandioso telón de fondo natural y urbano de la orilla izquierda.
El siglo XVIII es el siglo en el que pasea por nuestras calles el fabulista Samaniego, muy unido familiarmente a Logroño y a Torrecilla de Cameros.
Es el siglo en el que nos visita Jovellanos y ve en Santa María las tablas de Hans Memling, hoy gloria del Museo Real de Bellas Artes de Amberes.

Sólo me falta mencionar que casi nada sabemos de una Nájera que comercia con Centroeuropa ya en la Alta Edad Media y con Flandes en los siglos XV, XVI y XVII, que contrata allí magníficos artistas y allí compra importantes obras de arte. Sin olvidar que alguna recibe de la América del siglo  XVIII.

Voy a terminar.
Queridos amigos: obligación nuestra es conocer, conservar y estar a la altura de la herencia recibida.
Nuestros antepasados hicieron, actuaron, fueron protagonistas, no esperaron a que alguien se lo diera todo hecho.
Nosotros debemos hacer, no andar quejumbrosos de que nada se hace.
La cultura, el saber aprovechar y disfrutar de lo mejor, de lo más genuinamente humano, que nuestros antepasados nos han legado en forma de conocimientos, creencias, valores y sentimientos, es energía y es riqueza.
A un pueblo consciente de sus raíces nadie lo domeña, a un pueblo que sabe atesorar su historia se le ocurren mil ideas para sacarle beneficio, beneficio también económico.
Os deseo unas muy felices fiestas patronales y os reitero que no sería sensato echar en saco roto estas respetuosas sugerencias. Muchísimas gracias a todos.