lunes, 14 de octubre de 2013

¿Resurge Villa Benita?


   Tal y como acostumbro a hacer casi a diario, la semana pasada me paré en la calle Badarán a ver las zanjas que están haciendo los empleados de la empresa encargada del suministro del gas en nuestra ciudad, y me topé con un suelo muy particular, tal y como podéis ver en la fotografía, e inmediatamente me retrotraje a mi infancia y se me apareció la entrada al chalé de Villa Pilar. En ese tramo de carretera: Cuesta de “Villa Pilar”, o “Pecho del americano”, solo existían, a mano izquierda, subiendo, el chalé Villa Lici, del difunto Hipólito Loyola, y el de Valeriano Betolaza, separados ambos por la angosta calle Pared Blanca. Y a mano derecha, la Serrería Ochoa, con el edificio de los dueños y una casita humilde donde posiblemente vivieran sus sirvientes, y el chalé de Villa Pilar, separados, igualmente, por otra angosta calle, llamada Paseo de los curas. Y fue precisamente este chalé quien le dio a la cuesta los dos nombres, ya que se decía que lo había construido un indiano (como los de las novelas de Benito Pérez Galdós) que decidió quedarse a vivir en nuestra ciudad. Estos chalés, la fábrica de Harinas Ochoa y el Convento de Santa Elena, eran casi todos los edificios que existían en aquella época, en la margen derecha del río Najerilla. La Nájera masificada estaba ubicada en su margen izquierda. En lo que actualmente conocemos como el casco antiguo. Y lo cierto es que viví unos momentos verdaderamente hermosos.