lunes, 9 de febrero de 2015

ESCENAS POLÍTICAS IMAGINARIAS (O QUIZÁ NO TANTO) (3)


De vez en cuando el presidente tiene que llamar a capítulo a alguno de sus consejeros que se le está desmandando. Esta vez ha convocado al de Obras Públicas, Vivienda y Transportes, Antonino Burgos.
- Antonino -le espeta clavándole los ojos en el entrecejo, mientras el otro permanece de pie-, ya sé que compras el Marca todas las mañanas en el quiosco de la calle Murrieta haciendo esquina con Duques de Nájera, y que luego te paseas con el periódico bajo el brazo  delante de todo el mundo. ¡Qué vergüenza!
- Perdón, presidente -traga saliva Burgos, mientras le tiemblan las piernas-, yo no sabía…
- Lo que tienes que hacer es agenciarte cada día el Financial Times y ponerte inmediatamente a leerlo en público, como si realmente entendieras algo. Tú bájate todas las mañanas hasta el puesto de revistas de Paracuellos y luego te subes por la Gran Vía y por Murrieta fingiendo que lees las páginas del Financial con mucho interés, como si fueras un londinense de la city. En cuanto llegues a tu despacho lo tiras, si quieres, a la papelera y le dices al ordenanza que te traiga el Marca. Hay que dominar la puesta en escena, Antonino, y no caer en vulgaridades. La política nos exige sacrificios y disimulos permanentes. Esa es la clave de todo. A ver si aprendes del director general de Cultura, José Luis Pérez Pastor, que para eso lo tienes en la Consejería de al lado.
- ¿Qué le pasa a ese?
- Pues le pasa que se ha convertido en un gestor eficaz por lo bien que hace las cosas y la sabiduría que muestra a la hora de vender por ahí nuestros logros. Además he oído decir que escribe unos sonetos de rechupete. ¡Y con lo joven que es! ¿Te das cuenta, Antonino, de cuál es el camino a seguir?
- Sí, jefe.
-Menuda diferencia con su antecesor, el envarado Javier García Turza, joé qué tío más insoportable. Ese no era más que un funambulista a medio camino entre el amagar y no dar, el prometer y no cumplir y el hablar y no decir nada. Después de mí era el que chupaba más cámara en todos los saraos. El tipo tenía un ego del tamaño de la concatedral de la Redonda, pero cuando tocaba estar al loro sabía hacer posturas y poner caritas y gestos compungidos como nadie. Y además vestía como un dandi. ¿Me sigues?
- Sí, presidente.
- Eres un chico espabilado, Antonino, así que te lo voy a decir empleando una metáfora.
- Hombre, presidente, tampoco hace falta que te molestes.
- Si no es molestia, chico. Escúchame  -Pedro Sanz adelgaza la voz y guiña un ojo a su consejero de Obras Públicas-. Pese a todas sus carencias, Turcita tenía una virtud. Era de todos vosotros, por así decir, el que mejor fingía los orgasmos; los orgasmos políticos, se entiende. Así que aplícate el cuento.
- Pierde cuidado, presidente. He captado el mensaje.
Con sus andares a lo Alfredo Landa, Antonino abandona el palacete de Gobierno algo aturdido y preguntándose qué habrá querido  decirle su patrón
Al presidente Pedro Sanz le ha salido con el tiempo un feo grano llamado autoritarismo que, según dicen, crece al mismo ritmo que el endiosamiento. Pero por otra parte es el tipo más listo a este lado del Mississippi, y él lo sabe. La prueba está en que ha sido hasta ahora una máquina de ganar elecciones. Tras cada elección ganada ha ido repartiendo alpiste entre sus adeptos en forma de subvenciones, cargos, carguetes y otras sinecuras. A él le gusta que los suyos le muestren su agradecimiento pasando por su despacho a rendirle pleitesía y participar en la ceremonia del besamanos que tiene lugar cada cuatro años. Es una ceremonia simbólica en la que los iniciados reconocen que la mano presidencial es la dispensadora de vidas y haciendas. Y todos se la besan con unción.
- ¡Ni Pedrone ni Corleone! Lo que yo quiero es que mis súbditos riojanos me llamen Presidente Vitalicio -refunfuña Sanz ante su edecán Emilio del Río.
- Lo que tú mandes, jefe. Si he sido capaz de hacer del culto a tu personalidad una religión laica cuyas letanías turiferarias y las fotos de tu rostro amado han llenado durante años las páginas de la revista Comunidad, no dudes de que sabré cumplir lo que me pides.
- Pues empieza tú mismo dando ejemplo.
Emilio del Río comprende la indirecta y se muestra rápido de reflejos:
- A tus órdenes, Presidente Vitalicio.

       Sempronio Graco                                                                              Continuará