lunes, 18 de mayo de 2015

ESCENAS POLÍTICAS IMAGINARIAS (O QUIZÁ NO TANTO) (11)


                                     «EL LÍDER DE LA SECTA»

 
Una secta es una agrupación o sociedad de creyentes vinculados entre sí por la devoción a un líder supremo. Más que la adopción de una doctrina o ideología determinada, lo que más conecta y liga espiritualmente a los miembros de cualquier secta es el seguimiento ciego, fanático y acrítico a ese líder que todos consideran por encima del bien y del mal e inmune a cualquier crítica.
          Los integrantes de la secta adoran a su líder supremo, babean en su presencia y aceptan, sin objeciones, que no puede ser rechazado ni contradicho. Si, según sostiene la teología católica, el Papa, como representante de Dios en la tierra, es infalible y no puede equivocarse cuando emite doctrina y habla «ex cathedra», el líder de cualquier comunidad de fanáticos reunidos dentro de una secta se presenta a sí mismo como alguien designado por una lejana divinidad  para llevar a cabo una misión concreta e inaplazable. Sólo él conoce el camino y los medios para realizar esa misión que escapa a la comprensión mostrenca de sus seguidores, y éstos deben abandonarse a su influencia salvífica, obedecerle ciegamente, seguirle sin cuestionar sus métodos y allanarle el camino para lograr que alcance esa meta que muestra a sus seguidores. Entretanto, y mientras llega ese día, el líder no dudará en descender algunas veces desde su alto pedestal para otorgar a su más leales una parte pequeña de los beneficios que va consiguiendo por el camino. Y aún más: para mostrarse cercano, sensible y compasivo, no dudará en acariciar a algunos niños y en bromear con los ancianos de la tribu que aguardan resignados su hora final.
            Estos días, con las elecciones autonómicas y municipales en marcha y las noticias candentes y atosigantes sobre los numerosos mítines de los candidatos a los comicios del próximo 24 de mayo, circulan profusamente por los medios las reuniones que mantiene Pedro Sanz, las charlas que ofrece Pedro Sanz y las promesas que no duda en hacer de nuevo Pedro Sanz. Y siempre, en torno al candidato y líder del PP, arropándolo y prestándole una atención pastueña, puede verse a un rebaño de ciudadanos que lo contemplan con arrobo, mientras lo envuelven con una de esas miradas que exigen previamente la rendición incondicional. Como las amantes que se entregan sin resistencia a la salacidad del macho y le ofrecen por entero  su  cuerpo  y  su alma.
            Uno observa cualquier foto que reproduce una intervención de Pedro Sanz ante un grupo de sus adeptos y siente de pronto que hay una parte previa que queda fuera, una parte que se nos escamotea a los demás porque resulta demasiado obscena y puede herir la sensibilidad de quienes no estamos fanatizados ni abducidos por este personaje y aún mantenemos intacta la capacidad de pensar y razonar por nosotros mismos. Esa parte que uno diría que ha sucedido con anterioridad, aunque no haya sido recogida por cámara ni objetivo alguno, debe corresponder al momento en que Pedro Sanz ha entrado en la sala donde le aguardan impacientes sus devotos. Todos han debido ponerse en pie y levantado los brazos hacia el cielo, mientras el líder supremo, encaramado sobre un estradillo dispuesto en el centro del escenario, les habrá impartido su bendición. Algunos seguidores del líder habrán temblado emocionados cuando éste haya paseado su mirada sobre la concurrencia, deteniéndola una décima de segundo sobre cada rostro. Otros se habrán mesado los cabellos, y puede que algunos más hayan salido al pasillo central para postrarse sin rubor hasta tocar el suelo con la frente, como hacen los musulmanes durante la oración cinco veces al día mirando  hacia La Meca e invocando el nombre de Alá.
            - Yo os ofrezco todas las riquezas, todos los favores que esté en mi mano concederos, los cargos que ya existen y todos los que pueda sacarme de la manga en el futuro, si me juráis lealtad, si me entregáis vuestros votos y si, renegando de vuestra capacidad de raciocinio, aquí mismo, sin más dilaciones, arrodillándoos ante mí  me adoráis.
            Sí. Eso ha debido decir el líder supremo de la cerrada secta del PP riojano que encarna Pedro Sanz. Y uno se imagina, arrebatados por los cantos de sirena  del presidente/candidato, a ciudadanos satisfechos y con el riñón cubierto, a señoras maduras enjoyadas, a jóvenes trepas que esperan lograr algún provecho o ganancia de la mano benefactora de quien se ha erigido en dueño de vidas y haciendas. A todos esos y a otros muchos que temen la irrupción de los bárbaros que permanecen agazapados entre las hordas de Podemos y otros partidos de izquierda, dispuestos a arrebatarles la cartera y a dejarles a la intemperie si consiguen llegar al poder o instalarse en sus aledaños parlamentarios, donde es posible influir con su voto para que las cosas cambien.    
            La lejana divinidad que sostiene actualmente a Pedro Sanz se llama Mariano Rajoy. Antes de Rajoy hubo otro, José María Aznar, que fue quien, en un alarde de arbitrariedad, señaló con el dedo a Rajoy como su sucesor. Aznar es recordado por muchos como un dios arrogante y antipático que no daba cuentas ni explicaciones de sus actos a nadie y que apoyó una guerra ilegal promovida por otro dios todavía más lejano llamado George Bush Jr.  Pedro Sanz terminó adoptando la filosofía y los modales del dios Aznar, y actuando como actuaba él en sus momentos de mayor gloria. Estos días ha regresado entre nosotros, convertido ahora en consejero y asesor de empresas multinacionales. Y el líder supremo del PP de La Rioja se ha sentido respaldado y reconfortado por esa antigua divinidad a la que adoraba antes de convertirse él mismo en un totem idolatrado hasta la caricatura  por sus seguidores.  
            No hay mayor ciego que el que no quiere ver, ni sordo más obstinado que quien se empeña en no escuchar. Tampoco hay gente más fácil de convencer que aquellos que ya están convencidos de antemano. Los mítines políticos se han convertido en reuniones masivas en las que se dan cita, de tiempo en tiempo, los integrantes de la secta. Acuden a ver en carne mortal a su veterano líder y a escuchar con arrobo aquellas palabras que ya le han oído pronunciar otras veces hasta conformar una música reconocible que les reafirma en sus creencias, que refuerza su fe y reactiva su confianza en el cumplimiento de los difusos vaticinios que hace aquel a quien adoran. Eso consuela y tranquiliza a los sectarios, prestando un sentido trascendente a su permanencia en las filas de esa tribu trasnochada que es su secta.
            El líder supremo se ha convertido con el tiempo en un viejo zorro resabiado que pone buena cara para exponer palabras falsas y anunciar promesas que sabe que no podrá cumplir. Pero él conoce a estas alturas que a sus seguidores les da igual. Ellos renunciaron hace tiempo a tener ideas propias y ya se lo consienten todo. Sólo quieren que su líder los acune y los meza con las viejas melodías que evocan  recuerdos  tribales de un  lejano  pasado.

            Sempronio Graco                                                                  Continuará