sábado, 18 de junio de 2016

Fiestas ecológicas.


      Las fiestas de San Juan siempre fueron las fiestas ecológicas por excelencia. Aunque ahora pueda parecerles a los jóvenes increíble, en la época de nuestros padres, estas fiestas, vividas en plena Naturaleza, hacían que a todos ellos les hirviese la sangre. Y no podía ser de otro manera: Los árboles frutales les ofrecían sus más excelsos frutos; las mujeres se desprendían de toneladas de ropa; tomaban chocolate con anís muy de mañana, y danzaban y bailaban rozando pieles blancas e impolutas. Comenzaban el ritual yendo muy de mañanita al cascajo, a tomar chocolate con anís, hasta que el señor Quico, con sus tres inconfundibles golpes de bombo: "pom", "pom", "pom", les anunciaba el comienzo de las ansiadas Vueltas. Una vez en el quiosco del Paseo, entrelazaban sus brazos, y al son de la morena y la rubia, entremezclaban el sudor emanado de sus pieles níveas e inmaculadas, saltando, bailando y brincando, a la par que cantaban incansablemente las coplillas del riquísimo folclore sanjuanero. Después de varias horas de danza, una vez terminadas las Vueltas, se iban al Cinema Club a bailar agarrado, para resarcirse así de tantos meses de vigilia. Cuando terminaban los bailables, se iban a todo correr a comer, para reunirse cuanto antes en el Paseo, y, portando grandes cestos tapados con manteles de cuadros que  contenían la merienda, dirigirse a alguna de las muchísimas choperas y huertas que entonces había. Después de haber estado retozando con sus parejas, a la fresca de perales, cerezos, chopos y mimbreras, daban buena cuenta de la merienda. Cuando ya no podían más, y no eran capaces de orientarse ni siquiera a tientas, dejaban bien colocaditas las sobras -se habían asegurado de que sobrara merienda para repetir los escarceos amorosos el siguiente día-, y se dirigían, bien templados por los lingotazos de clarete que se habían metido entre pecho y espalda, al Casino, para seguir allí la juerga, cantando, bailando, y haciendo lo que podían. Como podéis deducir, no es extraño que muchos de ellos imitaran la tradición de los celtas: Dejar preñadas a las mujeres, para que se quedara preñada la tierra, y les ofreciera, así, abundantes cosechas. De ahí que en Nájera se dijera “que quien en San Juan sanjuanea, en marzo marcea.”