domingo, 23 de julio de 2017

Ribera del Najerilla.


Para no movernos del entorno en el que nos hayamos, continúo con Ribera del Najerilla. En la actualidad, la acera norte situada sobre el Puente de San Juan de Ortega se ve interrumpida al llegar a la intersección de la Calle Ribera del Najerilla. El tránsito peatonal transcurre en esa zona en un ámbito delimitado por bolardos sobre un pavimento irregular y altamente degradado. Por tanto, las obras planteadas en esta zona buscan garantizar el tránsito peatonal accesible y ordenar el tramo comprendido entre el Puente de San Juan de Ortega y la Plaza de la Estrella. Así, se proyecta continuar la acera del Puente hasta el acceso al parque situado junto al  río Najerilla, dotando al vial de una zona de carga y descarga que dé servicio a los establecimientos situados en la Calle Mayor, ya que esta es peatonal, aprovechando esta actuación para sanear algún paño de la calzada de dicha vía y la conexión entre la acera proyectada y el acceso al parque. La actuación comprende una superficie total de 215 m2.

9 comentarios:

Eusebio Hervías del Campo dijo...

“El día más hermoso”.
Era un día increíblemente hermoso. Bajo un cielo infinitamente azul, cientos de ruidosos vencejos sobrevolaban acrobáticamente los tejados de las casas adyacentes a la Real Capilla y Parroquia de Santa Cruz, mientras un batallón de niños desarrapados jugaba al punto en sus paredes laterales, causando aún muchísimo más estrépito que ellos.
A pocos metros de allí, en las inmediaciones de la Plaza de La Estrella, cantidades ingentes de najerinos y moradores de los pueblos vecinos se disponían a llevar felizmente a cabo sus diferentes cometidos.
Los operarios de Coloniales Preciado no paraban de llenar botellas de aceite de los bidones de doscientos litros que para tal menester tenían allí almacenados; de pesar en bolsas de papel marrón, azúcar, caparrones, alubias, lentejas y garbanzos, de los que guardaban en grandes sacos de cuerda hábilmente amontonados; de despachar galletas, chocolate, latas de sardinas, chicharro y soldados; de trocear con un gigantesco cuchillo exquisito bacalao seco y, en suma, de servir amable y eficazmente todo aquello que les pidieran sus devotos parroquianos.

Eusebio Hervías del Campo dijo...

En el Bar Royalty, los padres y hermanos del entrañable “chamaco”, servían sin cesar humeantes y aromáticos cafés, solos, con leche, cortados y descafeinados, además de sabrosísimos cucuruchos de artesanal helado.
Los guarnicioneros, José Barquín y Manuel Hidalgo, cosían febrilmente alforjas, cinchas, albardas y demás útiles del ganado, mientras el señor Luís “el herrador”, se encargaba de ponerles a los brutos nuevos los zapatos.
El señor Matías, y Miguel Ángel Yécora, cortaban el pelo y ponían inyecciones respectivamente, en un pequeño habitáculo.
Del Hotel Campana salían, de cuando en cuando, viajantes que la noche anterior habían pernoctado allí, para visitar las diferentes tiendas, comercios y mercados, perfectamente trajeados y repeinados, y con dos grandes maletas en las manos.
Justino Fernández Velandia prensaba con cariño las pieles de cordero y de oveja que, previamente, a la intemperie había secado, atándolas con fuertes sogas, para hacer con ellas gigantescos fardos.

Eusebio Hervías del Campo dijo...

Los autobuses de Guinea y Angulo recogían y dejaban incesantemente viajeros en la Parada de la Ribera del Najerilla, y amontonaban de cualquier manera, recostados sobre la barandilla del Puente de Piedra, cantidad de paquetería que más tarde repartirían los señores Valentín y Alfonso, en sus carritos de ruedas de goma, por los comercios y tiendas diseminadas por todos y cada uno de los barrios.
Del almacén del señor Julián, “el navarro”, salían sin cesar cantidad de barcas de naranjas y de ramos de plátanos, que los señores Sixto y “Ogueta” transportaban en pequeñas y chirriantes carretillas, mientras que de la fábrica de gaseosas del señor Eusebio, “el Jovito”, lo hacían cajas de gaseosas y barras de hielo, transportadas por “Bernal” y el “campiñarri” en pequeños carros de mano.
Los dueños de los Restaurantes “Las Pericas” y “Palacios”, se afanaban en preparar exquisitos platos riojanos y en poner, como Dios manda, las mesas, para que sus clientes habituales encontraran todo de perlas cuando fueran llegando.
El señor Isidro Hernáez y su esposa, Eufrasia Iguea, despachaban toda clase de alimentos en la pequeña tienda de comestibles que tenían montada en el portalón de su casa, en el Arrabal de La Estrella; mientras Eusebio, que estaba de guardia en el surtidor de gasolina que su bienamado padre Benedicto tenía junto al restaurante “Las Pericas”, esperaba a que le pusieran el gigantesco bocadillo de mortadela, para zampárselo en un abrir y cerrar de ojos, sentado en la banca de madera que tenían colocada contra la fachada de dicho Restaurante, mientras esperaba cómoda y pacientemente a que vinieran a repostar los Seat, “seiscientos”, “ochocientos cincuenta” y “mil quinientos”; los “Gordinis”; los “Sinca mil”, y los entrañables “dos caballos”.

Eusebio Hervías del Campo dijo...

En el bar Chule Chimi, el querido y recordado por todos los najerinos, Paquito Valderrama, conocido popularmente como “el legionario”, mantenía interminables conversaciones consigo mismo, a través del gran espejo que en la parte central del bar tenían colocado, mientras que Eloy, “el vagabundo”, se quemaba las barbas con un mechero de gasolina, y los taxistas la gozaban como enanos viendo reñir y hacer las paces, en escasos segundos, a sus compañeros Matías, “Chinfú” y Antonio, “Gabardinón”, por encerronas que picarescamente les preparaban ellos mismos. Principalmente “los sorianos”.
Ruidosa chiquillería llenaba la Pastelería Gasco, en demanda de los exquisitos merengues de a peseta la unidad, que en grandes bandejas plateadas preparaba el popular Donato.
Y de las tiendas de ultramarinos de José Izquierdo y de la señora Marciana, salían presurosas algunas mujeres, con los rulos puestos en la cabeza y el mandil recogido sobre una mano, que a última hora se habían dado cuenta de que habían olvidado algo muy necesario cuando hicieron los recados.
En el río Najerilla, cantidad de najerinos y “bilbainos” (En aquella época todos los veraneantes eran vascos, y se les llamaba así, como suena), se bañaban incansablemente en los grandes pozos de aguas frías y cristalinas que, a finales del invierno habían dejado las terribles crecidas, gozándola como niños, emulando a “Tarzán”, tirándose al agua de cualquier manera: de culo; a la bomba; de pie; al paquete; al ángel o de cabeza, desde los añosos árboles que poblaban la ribera: Mimbreras, chopos y álamos blancos.

Eusebio Hervías del Campo dijo...

Todo, en suma, venía a corroborar que aquel era un día increíblemente hermoso. No obstante, y a pesar de percibirlo así en todos y cada uno de sus poros, Benedicto, además de no entender cómo era posible que él fuera testigo directo de todo ello, percibía lejanamente unos como lastimeros lamentos, a la vez que notaba vagamente cómo de sus humedecidos ojos verdes caía de cuando en cuando alguna lágrima, que lentamente resbalaba por su bondadoso rostro.
Sin parase a meditar sobre ello, se dispuso a disfrutar nuevamente de aquella especie de ensueño, siguiendo su cautivador recorrido por los distintos rincones de su ciudad, conocida como Nájera en el mundo entero. Pero cuando más feliz se encontraba, viviendo de nuevo ese día tan increíblemente hermoso, unas extrañas convulsiones recorrieron todo su cuerpo, sobresaltándolo violentamente, y, confundido y perplejo, abrió muy lentamente sus pesados y dolorosos ojos, y vio que su familia rodeaba, compungida, su humilde lecho.
Durante unos segundos escuchó lejanamente rezos mezclados con dolorosos y sinceros lamentos, apenas perceptibles para sus ya desgastados oídos; olió algo parecido a incienso, y sintió que una tibia lluvia mojaba su rostro. Súbitamente, todo se tornó gris para él, cuando la amorosa mano de su hermana Carmen, la única que aún queda viva de todos sus hermanos, cerraba lentamente, y para siempre, sus verdes ojos.
Era un día increíblemente hermoso, en el que miles de ruidosos vencejos surcaban incansable y acrobáticamente un cielo infinitamente azul, cuando la Parca liberó el Alma de un bello Serafín, de un vetusto, torpe y cansado cuerpo.

“A mi bienamado padre que está en el Cielo.”

Josean dijo...

Precioso ,Use , todos nos acordamos de el, un abrazo .

Anónimo dijo...

que bonito. un beso.

SEVE GARCIA ALARCIA dijo...

MORGÓN estas en tú derecho,pero muchos estamos en el mismo caso;que duda cabe que este es tú espacio y haces con el lo que quieres.Que mañana tengas un buen día.

Eusebio Hervías del Campo dijo...

¡ME AVERGÜENZA SER ESPAÑOL!

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